BÉLA KUN DESAPARECE EN LA LEJANÍA
BÉLA KUN DESAPARECE EN LA LEJANÍA
El libro de Dezsö Kosztolányi Anna la dulce, comienza así:
Béla Kun huyó del país en un avión.
Por la tarde, hacia las cinco, despegó desde la Casa de los Sóviets, cuya sede se encontraba en el hotel Hungária, voló por encima del Danubio, sobre la colina de Várhegy y trazando una curva audaz se dirigió hacia el parque de Vérmezö.
El comisario del pueblo en persona lo pilotaba.
Volaba bajo, apenas a unos veinte metros de altura, de modo que se podía distinguir su rostro.
Estaba pálido e iba sin afeitar, como de costumbre. Se reía de los ciudadanos que se encontraban abajo, y con gesto malicioso y burlón se despedía de algunos.
Llevaba consigo pastelitos recubiertos de chocolate de la confitería Gerbeaud y los bolsillos repletos de joyas (…)
De sus brazos colgaban gruesas cadenas de oro.
Al girar el avión hacia el cielo y desaparecer luego en la lejanía, una de esas cadenas cayó en medio del parque de Vérmezö, donde la encontró un señor mayor (…)
Al menos eso es lo que se decía en el barrio de Krisztina.
A finales de los años 90 y gracias a la editorial Salamandra, comenzó en España la recuperación del grandísimo Sándor Márai, escritor varonil que, sin embargo, nunca pierde la elegancia.
La segunda parte de sus memorias (¡Tierra, tierra!) es en gran parte la crónica sin pausa ni desaliento del horror de la guerra. El horror y la humillación y la degradación sufridos por una Hungría que apenas unas décadas antes había padecido otra guerra, visto su territorio reducido a una tercera parte y sobrevivido al terror rojo y al terror blanco.
Ahora, en retirada ya el ejército alemán y con los escombros de Budapest todavía humeantes tras el asedio soviético, Sándor Márai tiene su primer encuentro con un soldado ruso:
Había llegado hasta el patio del ayuntamiento del pequeño pueblo donde nos habíamos refugiado montado en su caballo, metralleta en mano, y seguido por otros dos soldados más viejos, barbudos y con cara severa, que también iban a caballo. El joven me apuntó con el arma y preguntó:
-¿Quién eres?
Le dije que era escritor.
Ya no se irán del país sino cuarenta años después de que lo hiciera (Italia, luego Estados Unidos) el propio Márai.
Como un respiro dentro de la bajeza del momento histórico (la ideología, por encima del hombre, aplastándolo), Sándor Márai pasa revista a los grandes escritores húngaros del pasado reciente: sus maestros. Entre ellos, claro, destaca a Kosztolányi:
Todos los días le regalaba a Hungría una expresión sabrosa, un matiz nuevo, irónico o deslumbrante. No era miembro de ningún partido. Cuando escribía, no necesitaba ninguna sociedad sin clases que algún día lo comprendiera… No creía en el pueblo. Sólo escribía. Y únicamente en la casa del portero se sentía a gusto de verdad.
Precisamente el portero del inmueble del propio Sándor, en cuya mujer se inspiró para la figura de Anna Édes, Anna la dulce.
De la misma generación que Sándor Márai es el luminoso Béla Hamvas, que me descubrió una amable librera en la ciudad de Székesfehérvár. Yo quería leer algo sobre la historia reciente del país. Ya me había dado cuenta de que las publicaciones en español son allí prácticamente inexistentes, pero sí es posible, cosas del Imperio, dar con algo en inglés. El libro de Mária Schmidt, From Country to Nation, se ajustaba a mi petición, y cuando ya salía con él bajo el brazo, la librera me ofreció un librito rojo que no pude rechazar: Béla Hamvas, The Philosophy of Wine.
Ambos libros son indispensables para el aficionado a la historia y la literatura húngara. Pero Hamvas fue un descubrimiento mayor. Con la llegada del comunismo, se le prohibió publicar y, bien entrado en la edad madura, se vio obligado a sobrevivir como obrero no cualificado en diversas centrales eléctricas. No obstante, nunca dejó de escribir. Su prosa no destila rencor ni amargura. Antes bien, es una muestra viva de que quizá la mejor rebeldía contra el opresor es el júbilo y la inteligencia.
Beber obedece a la misma ley que el amor: en cualquier momento, en cualquier sitio, de cualquier forma.
No es de extrañar que un país tan baqueteado como Hungría sea celoso de su independencia y se resista, en la medida de lo razonable, a la injerencia extranjera. Es su historia reciente (y no tan reciente: pensemos en la larga ocupación otomana) la que permitió el triunfo del Fidesz. En palabras de Mária Schmidt, la amplia mayoría conseguida por el partido de Orban en las elecciones de 2010 “se extendía tanto a la izquierda como a la derecha, deteniéndose sólo en los dos extremos”. Así, “Fidesz actuó como representante de intereses sociales dispares, un rol que llegó a ser particularmente importante cuando la izquierda tradicional, al igual que en muchos otros países, dio la espalda a los trabajadores convirtiéndose en un partido de la élite”.
Probablemente Béla Kun no huyó de Budapest en avión, sino en tren, como aseguran fuentes menos literarias que Kosztolányi. Pero es lo que se decía en el barrio de Krisztina. Amén.